por Emiliano Scaricaciottoli
“Hay que ver, hay que ver: a Pappo presidente y a Vitico canciller”, dicen los viejos meados desde el arena del barrio del Ángel Gris. Responde el funcionario beligerante, Don Víctor Bereciartúa: “Y…Estaríamos mucho mejor”. Siempre un acto político de la existencia. Una semana antes, los medios progres y miserables como La Izquierda Diario se vanagloriaban de los gestos “humanos” de Dillom (ese engendro de probeta entre Ricky Espinosa, Pity Álvarez, Luca Prodan, mezclados y devueltos en la Recoleta, por el que todes claman) y compañía (la ex “agencia de colocaciones” como dice el Turco Asís de La Cámpora y yo lo migro al colectivo “rock nacional” que aún sostiene la pedantería (i)letrada de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA). Oh, no toquen a María Becerra. No toquen a Laly. No toquen.
Pasa eso, decía, en la cabeza de Juanse, el místico irresponsable, cuando le cantaron el turno de los Paranoicos en el berreta Cosquín Rock: “¿Con Dillom, qué haría con Dillom? Pondría una hamburguesería”. Ese sensual y conservador rock cagado que todavía enchufa, valvula, invierte su cuerpo en un instrumento. Esas letras pobres, puede ser, pero llenas de información del pasado. Del pasado que la nueva y esbelta generación de músicos argentinos con botonera (que aún no se ha conseguido un empleo honesto porque sigue estando prohibido darse cuenta) celebrados por la medianía Nac & Pop que se vació en Cromañón (¿o mucho antes? ¿Y nos estamos haciendo los boludos porque le tememos al fin de los tiempos?) y en las esperanzadores voces que trajeron a Milei sin quererlo (sic), las voces del trap, del nuevo urbanismo (?) del rock (?) argentino (con acento latino).
Así salió Vitico y sus guitarras, sus varias guitarras distorsionadas: a cantarle a esa gilada que dijo el Indio Solari en aquella conferencia de prensa post censura. No, los jóvenes de hoy no sé si traen tanta información del futuro “en sus nervios”, los traen. La nueva “agencia de colocaciones” del rock argentino, los traen. Es el momento del punterismo abstracto, virtual, tecno-vival, es la naturaleza del capital; ser nada, serlo todo, no poder sacárselo de encima. Y de fondo, ninguna mejor idea que sobre el logo de la nueva banda del Canciller reproducir matriceras de automotores: engranajes, bujías, todos esos chiches que dibujábamos cuando salió el Que sea rock (1997). Porque el álbum, el último de Riff, venía, adentro, en ese librito que los “nervios” de la juventud post-alfa ya no necesita, ya no puede, ya no sabe ni contesta; ahí, en ese librito estaban las partes de una maquinaria, perfectamente dibujadas, calcadas. Motores, combustión, velocidad, muerte.
Hubo tiempo, en el taller mecánico del Teatro de Flores, para repasar el pasado que no vas a volver a escuchar, porque no conviene, porque desconfía bastante del presente. Y pasó JAF (en su modelo diurético, como salido de una terapia intensiva, impresionable) a tocar “La Espada Sagrada” y “Ex Terminador” de ese Riff VII que a Pappo ya no le gustaba. Y pasó Nico Bereciartúa, el hijo pródigo que luego de su éxito con Black Crowes recuerda el barrio; y se hicieron los clásicos distópicos de Ruedas de Metal. Y sonó “No obstante lo cual” y las malas feministas-seguro, dirán-, las chicas de los motores frenados sobre Avenida Rivadavia, cantaban “para mí lo que hago está bien”; y el horror de la no-deconstrucción. Pero para ellas “no obstante lo cual, me sigue gustando el cabaret”. Oh, sí, muchas chicas encueradas con o sin tipitos inhalando a lo Susy Cadillac las últimas partes de cada verso. Y un piberío nuevito, de esos que los viejos meados a veces llevamos, porque la militancia es así, viendo los últimos estertores de eso que en algún momento fue rock y ya. Y en los baños, en los pasillos mugrientos, entre vaso y vaso, se le da la razón a Skay: Skay siempre tiene razón.
Y si no se puede tocar más es porque hay más botones que instrumentos.
Saluditos Dillom, nunca lo entenderías.