Atento a la conmemoración del 2014 como “Año de homenaje al Almirante Guillermo Brown, en el Bicentenario del Combate Naval de Montevideo”, publicamos el artículo de autoría de Jorge Padula Perkins “Los secretos de la Casa Amarilla”.
Cabe señalar que, más allá de los aspectos particulares, anecdóticos, históricos y curiosos del artículo, este año ha sido declarado por el poder ejecutivo nacional como “Año de homenaje al Almirante Guillermo Brown, en el Bicentenario del Combate Naval de Montevideo”, motivo por el cual la relación entre el barrio de La Boca/Barracas y la vida y obra del prócer se actualiza particularmente.
Hay edificios históricos y edificios con historia. La actual Casa Amarilla del almirante Guillermo Brown es un edificio histórico.
Su historia propiamente dicha apenas si se remonta a unas décadas atrás, cuando la Armada Argentina procedió a su inauguración.
No obstante se trata de una construcción histórica, esto es, referente o relativa a la historia, en tanto y en cuanto constituye un monumento de recordación del Almirante a través de una fachada que rememora la desaparecida casa qne la que realmente habitara Brown durante más de 40 años.
Hacia 1812 Guillermo Brown adquirió al sacerdote fray José Ramón Grela, del Convento de Predicadores, el terreno de 350 varas de frente por 315 de fondo en el “bañado de Santa Lucía” y encargó al arquitecto Mateo Reid (para algunos autores Reed) la construcción de una casa que, a la sazón, tendría notable semejanza con la vivienda de la familia Brittain y la del propio Reid, responsable de las tres edificaciones.
Con fecha 23 de junio de 1812 el escribano porteño Juan Cortés inscribía en su registro Nº 7, folios 72 vuelta y 73, la escritura de compra-venta de la propiedad ubicada en el “Quartel Nº 25” de Barracas, a favor de Brown.
Todas ellas vecinas, las casas constituyeron una trilogía que en ocasiones indujo a confusiones, más aún, si se tiene en cuenta que el Almirante estuvo alojado en dos oportunidades en la casa del arquitecto.
Fue en aquella construcción, la de la familia Reid, en donde Brown hacía uso del mirador de la tercera planta (de la que carecían tanto su vivienda como la de James Brittain) para otear el río. Fue también en ella en donde estaba la familia cuando su hija mayor, Eliza, perdió trágicamente la vida.
La casa del almirante Guillermo Brown en Barracas estaba ubicada en el predio señalado hoy en la calle Martín García 584, en donde una placa así lo indica: “En este lugar se alzó la casa donde vivió el almirante Guillermo Brown y aquí falleció el III de marzo de MDCCCLVII”.
La construcción original del marino fue demolida, pero documentos escritos, pictóricos y fotográficos prueban claramente su existencia. No era, eso sí, la única casa amarilla de la zona, pero era una de ellas, la históricamente más valiosa porque albergó el prohombre hasta los días de su muerte, acaecida, como se dijo, precisamente en esa estancia, en marzo de 1857.
El 22 de junio de 1948 se denominó “Solar del Almirante Brown” y se declaró lugar histórico al predio en donde construyera su casa-quinta y viviera durante más de cuatro décadas con su familia, en Martín García al quinientos.
En 1983 se inauguró la actual Casa Amarilla, sede del Departamento de Estudios Históricos Navales de la Armada y del Instituto Browniano, que no es una réplica, sino un monumento en homenaje al Almirante levantado en terrenos que formaran parte del lote de su propiedad, con el objeto de rescatar para la memoria nacional su afincamiento en el lugar. Una Casa Amarilla que solamente reproduce la fachada del hogar de Brown, sin pretensiones de ser una réplica edilicia.
Nacido en Irlanda en 1777, Brown había quedado huérfano siendo niño y elegido la dura profesión del mar, aprendiendo con esfuerzo las faenas propias del navegante hasta llegar a constituirse en un joven capitán mercante.
Casado ya en Inglaterra con Eliza Chitty viajó varias veces al Río de la Plata hasta que en 1811 se afincó definitivamente en Buenos Aires.
A principios de 1814 ya la familia habitaba la casa de Barracas. Esto es, su esposa, y sus hijos Eliza y Guillermo, ambos ingleses nacidos respectivamente en octubre de 1810 y febrero de 1812.
La vivienda era sencilla. La conformaban dos pisos de planta rectangular con puerta al centro y ventanas simétricamente distribuidas a los lados, una de las cuales, la del piso superior que se ubicaba sobre la entrada, tenía un balconcito montado sobre dos columnas.
Frente a la misma había un portón que por sus dos lados tenía una reja de hierro alternada con soportes de mampostería. Dos pequeños jardines se expandían a ambos lados de la puerta y en el espacio que quedaba entre el portón y la entrada se alzaban dos cipreses. Dos cañoncitos en el frente daban lugar a que la Casa Amarilla, llamada la “Kinta” por la familia, también recibiese la denominación de Casa de los Cañones.
Según señala el historiador Alfredo Taullard, era una “casa de altos, del más típico estilo inglés, pintada de amarillo”.
Trabajaron en la realización de la obra, los maestros mayores de carpintería y de albañilería, Manuel de San Martín Pila y Manuel Martínez de Castro.
Vivieron los Brown en la quinta de Barracas las alternativas de la Guerra de la Independencia. El 17 de mayo de 1814 el entonces teniente coronel de marina Guillermo Brown daba triunfante final a las acciones iniciadas dos meses antes completando el apresamiento y destrucción de la escuadra realista en Montevideo y provocando la caída del bastión enemigo en ese lugar.
En octubre de 1815 el marino inicia un crucero de corso contra naves mercantes españolas convenido con el Director Provisorio Ignacio Alvarez Thomas, mientras su familia queda residiendo en la Casa Amarilla.
Ya en 1817, mientras el navegante arriba a Londres para apelar una medida de las autoridades inglesas de Antigua que habían confiscado su embarcación, su esposa y sus para entonces cuatro hijos, ya que habían nacido en el Río de la Plata Martina Rosa y Eduardo, abandonan en forma oculta la residencia al serle negados los pasaportes en razón de conflictos políticos que involucraban a la expedición de Brown.
Así la quinta queda vacía, sólo al cuidado de un sirviente negro de cerca de 24 años.
Cuando el marino llega a Buenos Aires, en octubre de 1818, es apresado y procesado por supuesta desobediencia al gobierno en la realización del corso y le son embargados sus bienes incluyendo la Casa de los Cañones.
Liberado el 17 de septiembre de 1819 y gozando por resolución judicial sólo del privilegio del uso de su grado de coronel, Brown se muda, por invitación del matrimonio Reid, a la casa de éstos. Fue en ella donde padeció las consecuencias de la fiebre tropical adquirida durante la travesía, el encierro de 9 meses en prisión y el alejamiento de su familia, que lo sumieron en una depresión capaz de inducirlo a un intento de suicidio, tal como el mismo lo relata en su “Memoria del viaje al Pacífico”.
Pasó Brown larga convalecencia en la casa de Reid y volvió a su quinta, que le había sido restituida a fines de diciembre de 1821 tras la acción de su defensor en el largo pleito reivindicatorio, el abogado Juan Manuel de Alzaga, y recién cuando su familia regresó de Inglaterra, a mediados de 1822.
A partir de entonces el audaz navegante se cobijó en la casa de sus sueños dedicándose con humildad a las faenas de agricultor. Amén de sauces y álamos, su quinta tenía casi doscientos manzanos, más de cuatrocientos cincuenta durazneros, cinco damascos, quince naranjos chinos, cinco guindos, un gran alfalfar, un maizal y una huerta.
En diciembre de 1825 el Imperio del Brasil declara la guerra a las Provincias Unidas del Río de la Plata e inicia un bloqueo naval frente a Buenos Aires. Como consecuencia de ello, en enero de 1826 Brown es nombrado Coronel Mayor de Marina y es reincorporado al mando de la escuadra por ser considerado el único jefe capaz de hacer frente a la poderosa flota brasileña.
Durante la larga contienda se suceden diversas batallas navales entre las que se destaca el combate de Los Pozos el 11 de junio de ese año, ocasión en que Brown, aún con desventaja numérica, logra rechazar el ataque de la flota enemiga habiendo arengado a sus hombres con una de las sentencias que ornamentan la entrada de la actual Casa Amarilla: “Fuego rasante que el pueblo nos contempla”.
La otra proclama del marino que se recuerda en la actual casa monumento de la avenida Almirante Brown al cuatrocientos es la pronunciada en oportunidad del combate naval de Quilmes en julio de 1826, cuando sus fuerzas enfrentaban, otra vez en desventaja de número y poder de fuego, a la escuadra del Imperio, la que finalmente debiera abandonar el ataque ante el riesgo de que sus buques quedasen varados por la bajante de las aguas: “Es preferible irse a pique que rendir el pabellón”.
En medio de esta guerra tiene lugar la segunda estancia de Guillermo Brown en la residencia de los Reid que obedeció a dos razones de carácter militar.
La primera de ellas por el uso del mirador, esa tercera planta de la que carecía su casa, como puesto personal de vigilancia de los movimientos de la escuadra imperial sitiadora durante los pocos días que permanecía en tierra durante la contienda.
La segunda razón fue la seguridad personal y familiar al descubrirse un complot brasileño para quitarle la vida en su mansión de Barracas.
Se produce por entonces, el 27 de diciembre de 1827, la muerte de su hija Eliza, ahogada en el Riachuelo, a los fondos de la casa de los Reid. Poco tiempo antes su prometido, el sargento mayor de marino Francisco Drummond, a las órdenes del propio Brown, había perdido la vida en la heroica acción durante el combate de Monte Santiago.
En agosto de 1828 se firma una convención preliminar de paz con el Brasil y, poco después, el gobierno de la Provincia de Buenos Aires encargado del Poder Ejecutivo Nacional, en premio a sus heroicos servicios en aquella contienda extiende a Guillermo Brown los despachos de Brigadier General de Ejército al servicio de la Marina, título máximo del escalafón naval de entonces.
Durante un corto mandato como Gobernador Delegado de Buenos Aires entre fines de 1828 y mayo de 1829, Brown reside en el Fuerte e intenta sin éxito evitar la muerte de Dorrego mediante un pedido expreso a Lavalle, tras lo cual presenta su renuncia.
Vivió Brown a partir de entonces al margen de los enfrentamientos políticos de la época en los que no quiso involucrarse, años de tranquilidad y paz en su Casa Amarilla de Barracas, hasta el otoño de 1838 cuando fuerzas navales francesas declaran un bloqueo al puerto de Buenos Aires y el litoral del Plata, momento en que ofrece sus servicios al gobierno de Rosas para la defensa de la Patria y a los 61 años vuelve a alistarse al mando de la escuadra.
Los diversos conflictos internos y externos que enfrenta Rosas incluyen la presencia hostil de naves inglesas y francesas en la zona y la declaración de guerra del mandatario uruguayo Rivera.
Frente a la escuadra de la Confederación bloqueará Brown a Montevideo y causará varias derrotas a las naves orientales entre ellas la de Costa Brava en donde tuviera como jefe adversario a José Garibaldi, en agosto de 1842.
Tras la derrota de Rivera por parte de Urquiza en 1845 y después de un hostigamiento sobre Montevideo, las aguas de la política, más tormentosas que las de los ríos y mares, pondrán a Brown en la dolorosa situación de tener que entregar su escuadra a las fuerzas anglo-francesas contras las que tenía órdenes expresas de evitar todo acto de violencia.
A raíz de ello el marino decía en nota al gobierno que: “Tal agravio demandaba el sacrificio de la vida con honor, y sólo la subordinación a las superiores órdenes de V.E. para evitar la aglomeración de incidentes que complicasen las circunstancias, pudo resolver al que firma a arriar un pabellón que durante treinta y tres años de continuos triunfos ha sostenido con toda dignidad en las aguas del Plata”.
La impresión que el vejamen sufrido le produjo, lo decidió a retirarse definitivamente del servicio activo y consagrarse desde ese momento a la vida de hogar.
Por un tiempo se retiró a su chacra de Quilmes dedicándose al cultivo de la tierra y a la venta de hacienda y en 1847 viajó a su tierra natal.
De regreso en Buenos Aires se instaló en la Casa de los Cañones en donde escribía sus Memorias y recibía numerosas visitas, aún de los que otrora fueran sus adversarios como el jefe naval brasileño Juan Pascual Grenfell.
Su presencia era habitual en las ceremonias religiosas del templo de San Telmo y con regularidad apoyaba obras de beneficencia, tal como la se las monjas Catalinas a las que donaba parte de su sueldo militar.
En enero de 1857 la Casa Amarilla alberga a un Guillermo Brown enfermo. Los periódicos informan diariamente acerca de su desmejorado estado de salud y su confesor y amigo, el padre Fahy, lo visita con inusitada frecuencia.
En la noche del 2 de marzo su respiración se hizo dificultosa y acudieron con premura a la casona el médico, el sacerdote y varios de sus amigos, entre ellos el Coronel de Marina Luis Murature.
Cuéntase que con elocuentes palabras de corte marinero Brown se dirigió a éste diciéndole: “Comprendo que pronto he de cambiar de fondeadero” y mirando al padre Fahy, agregó “pero ya tengo el práctico a bordo…”. Apenas iniciado el 3 de marzo, dejó de existir.
La oración fúnebre que pronunciara el entonces Ministro de Guerra de Buenos Aires, coronel Bartolomé Mitre, ponía, junto a las glorias del Almirante, la imagen de su residencia, a la que mencionara como “su risueña morada de Barracas…albergue pintoresco y apacible, donde el audaz marino reposaba de sus fatigas en los mares procelosos de la vida”.