El Palais de Glace –Palacio Nacional de las Artes— y el Centro Cultural Borges, dependientes del Ministerio de Cultura de la Nación, invitan a la exposición dedicada al artista tucumano Rodolfo “la Rodo” Bulacio, que puede visitarse de miércoles a domingo de 14 a 20 en la sala de exposiciones temporarias, tercer piso del Centro Cultural Borges (Viamonte 525, Buenos Aires)

“Fantasía marica del pueblo” es la exposición antológica de la Rodo Bulacio. Reúne tres de sus muestras individuales, el trabajo colectivo de las performances y algunos de sus ejercicios de estudiante. Con obras realizadas entre 1989 y 1996, esta selección curatorial da cuenta del carácter político y contestatario de su trabajo, y busca celebrar y reconocer su importancia histórica. Con un montaje creado para recorrer las obras como si se atravesara una pasarela o la calle misma, se expone Karta Nova, Mucha Karakatanga en la koctelera y Blanka… enseña lo que has conseguido (Homenaje a todos mis muertos). De esta última solo se exhiben las piezas que, gracias a la guarda de su amigo Jorge Lobato Coronel, no se perdieron en el incendio de su departamento. Además, como documentos de la efervescente escena del arte tucumano de la época, se exhiben copias de los catálogos originales. Los registros en video corresponden a performances realizadas junto a La sangrada familia y Tenor Grasso, que son una muestra más del carácter colectivo del trabajo de la Rodo. Las obras de su etapa de formación ya exhibían su interés por pensar el cuerpo como soporte de representación política.

 

Rodolfo Bulacio

Nació en Monteros, Tucumán, primavera de 1970, durante la dictadura militar de Carlos Alfredo Imbaud, y murió asesinado en un crimen de odio por su orientación sexual en San Miguel de Tucumán, en el verano de 1997, durante la segunda gobernación elegida electoralmente, por parte del represor y genocida Antonio Domingo Bussi.

Creció en el seno de una familia trabajadora. Hijo de Porota y Rodolfo, hermano mayor de Nancy, Gabriel y Agustina, su crianza estuvo al cuidado de su abuela Blanca y su madre. Por ellas, desde la niñez, tuvo acceso a los materiales escolares con los que trabajaba Porota como maestra rural, así como a los de costura y bordado que usaba Blanca en las tareas de la casa. Junto con Nancy, fueron cómplices en sus primeras experiencias con el arte.

Su práctica artística, desde sus comienzos, estuvo ligada a construir obra con aquello que tenía a su alcance: sábanas, ropa, zapatos, accesorios, telas y objetos de las mujeres de la casa le servían a Rodo para transformar y embellecer todo lo que lo rodeaba. Solía pintar con látex sobre sábanas que usaba de lienzo, cosía cartones sobre telas, pegaba flores de plástico y lentejuelas en zapatos de yute.

Durante su adolescencia en Monteros, participó de concursos de pintura, exhibiciones grupales e ilustró publicaciones de poesía local. Crecer en un pueblo pequeño y conservador no le fue sencillo, pero esta situación no hizo más que despertar su rebeldía. Así, su carácter provocador y contestatario comenzó a manifestarse en su obra temprana y, con dieciocho años, para la reapertura del Cine Teatro Marconi —en 1988—, pintó el mural Odisea sex symbol, donde incluyó desnudos masculinos que generaron un gran escándalo.

Ese mismo año se mudó a San Miguel de Tucumán y comenzó a estudiar la carrera de Artes Plásticas en la Universidad Nacional de Tucumán. Allí afianzó su activismo y cuestionó la enseñanza académica tradicional, mezclando las técnicas aprendidas en la cátedra Taller de Grabado con la experimentación proyectual que proponía el Taller C. Hizo nuevas amistades y con ellas construyó los refugios grupales La sangrada familia, Flora y Fauna y Tenor Grasso. Estos tres colectivos de performance celebraban el arte y la liberación sexual realizando presentaciones mordaces y teatrales que rescataban el espíritu de la noche. Junto con Tenor Grasso desfiló en las pasarelas de la escena del under, y llegaron a aparecer en las portadas de los diarios provinciales por sus presentaciones en el Jockey Club.

Inspirado en la obra de Andy Warhol, Rodo Bulacio tomó la paleta y el plano de color del pop, y el grabado como técnica de repetición, y realizó retratos de famosas de la televisión como La Cicciolina, Susana Giménez y Mirtha Legrand. Presentaba remakes de La Gioconda e ironizaba sobre la dolarización que trajo el modelo neoliberal y sobre los símbolos nacionales como el escudo y la escarapela. Conmovido por las representaciones de las películas de Almodóvar, construía su propia fantasía marica de pueblo. Convertía cada exposición en una instalación escenográfica donde convivían pinturas, grabados y objetos cotidianos. Su hacer era voraz: en 1995 había participado en más de 80 exposiciones.

En la década de los noventa, el Gobierno de Carlos Saúl Menem otorgaba el indulto a los represores de la dictadura militar y en Tucumán gobernaba Antonio Domingo Bussi. En ese contexto —años de pizza con champagne—, las personas que escapaban de la heteronorma vivían una cotidianidad muy hostil. Si bien la noche y los grupos artísticos significaban pequeños oasis para resistir la realidad, la corta vida de la Rodo estuvo marcada por el acoso policial y la violencia social, sea esta causada por su clase social, su ser marrón o su orientación sexual.

En marzo de 1997, su cuerpo fue encontrado calcinado en el departamento en el que vivía en la calle Marco Avellaneda de San Miguel de Tucumán. El juicio a los responsables se llevó a cabo rápidamente gracias a la insistencia de su familia. Dos de los tres imputados recibieron la condena máxima.