Los comerciantes denuncian que el crecimiento de la venta ambulante sobre la calle Defensa los está dejando sin clientes; según un estudio hay casi cuatro negocios cerrados por cuadra

 

El barrio de San Telmo es una de las zonas de mayor concentración de anticuarios, galerías, bares notables y sitios históricos de la ciudad de Buenos Aires. No hay turista que no pase por sus calles, y la histórica feria de antigüedades de la plaza Dorrego congrega también a miles de porteños los fines de semana. Sin embargo, hoy los vecinos y comerciantes de este barrio rico en patrimonio cultural denuncian que están siendo desplazados por el crecimiento descontrolado de una feria callejera, a la que tildan de “ilegal”, que todos los fines de semana copa las angostas calles adoquinadas para vender artesanías, zapatillas, ropa usada, comida y bijouterie.

 

“Estamos abandonados. En los últimos meses crecieron tanto los puesteros y manteros que ya ocupan toda la calle. Yo tengo que pelear todos los domingos para que me dejen libre, por lo menos, un poco de la vidriera y la puerta. Pero igual no sirve de nada, porque pasás inadvertido y los clientes no quieren atravesar toda esa gente para entrar en tu local”, describió ayer Maximiliano Biazzi, quien dirige el atelier propiedad de su padre que funciona en el barrio desde hace 18 años.

 

“La situación es catastrófica. Nos estamos fundiendo todos. Yo hace 30 años que tengo este comercio de antigüedades. Nunca habíamos estado tan mal, no sé cuánto tiempo más voy a poder aguantar”, describió el anticuario Luis Guevara.

 

Según un estudio elaborado en conjunto por la Confederación Argentina de la Mediana Empresa (CAME) y la Federación de Comercio e Industria de la Ciudad de Buenos Aires (Fecoba), los negocios empezaron a cerrar a un ritmo preocupante. La zona crítica de desocupación se concentra en la calle Defensa, que en sus 11 cuadras tiene 43 locales vacíos sobre un total de 187. Es decir que en este momento hay casi cuatro locales por cuadra cerrados, en una de las zonas más concurridas de la ciudad.

 

“Mirá el salón, no hay nadie, y yo solía tener todo ocupado a esta hora”, afirmó Rodolfo Romero, el gerente de un restaurante, mientras señalaba las mesas vacías en pleno mediodía.

 

“Con el comercio callejero cambió la gente que viene, y ya no se vende como antes. A eso hay que sumarle que los alquileres se fueron al techo. Está muy difícil la situación para todos”, agregó.

 

“Antes ésta era una zona de anticuarios; ahora, los manteros venden artesanías de baja calidad, suvenires, ropa. Cambió la calidad, y entonces la gente que compraba arte y antigüedades está dejando de venir, y se siente. Además, hay tanta gente en la calle que empezaron a haber muchos robos, así que hay que sumarle un tema de inseguridad. Estamos peleando para quedarnos acá, pero a nosotros nos suben el alquiler y nos controla la Afip. A los que están en la calle, nada”, describió Lina Berazategui, quien atiende un local de arte que desde hace casi 20 años está en la calle Defensa.

 

Patoterismo

 

Otro tema que mencionaron los comerciantes consultados fue el creciente nivel de violencia en la calle, donde todos ahora tienen que pelear por su espacio. Juan Carlos Echazerreta, dueño del restaurante De Luca, en Carlos Calvo al 300, relató que el domingo de la semana pasada se peleó con un grupo de vendedores callejeros que se habían instalado en el zócalo de la ventana de su restaurante para vender pizzas y empanadas.

 

“Estaban sentados contra las ventanas fumando, escuchando música, en cuero y descalzos, y molestaban a los clientes de adentro. Cuando salió mi hijo a pedirles que por lo menos se corrieran de la ventana, se negaron.” El dueño del café ya está acostumbrado a este tipo de altercados, pero no lo estaba para lo que se encontró a la mañana siguiente.

 

“En madrugada se ve que vinieron y pintaron todo el frente del local, las ventanas hasta el techo, con amenazas e insultos. Fui a hacer la denuncia y 24 horas más tarde en la fiscalía me dijeron que lo iban a archivar porque no había testigos”, relató.

 

Otro vendedor de antigüedades de la misma calle ni siquiera quiso dar su nombre por miedo a las posibles represalias. “Además de lo que pasó en De Luca, sé de otro colega al que le rompieron la vidriera, y a una persona que estacionó sobre la calle le trataron de dar vuelta el auto. Encima que no vendemos nada porque nos tapan la vidriera y ahuyentan a la gente que solía venir, el descontrol es total. Hace 35 años que tengo este anticuario y ahora no me voy sólo porque no puedo vender el local ni siquiera”, relató.

 

“Mirá, decime si no te da bronca”, agregó antes de irse, mientras señalaba uno de los carteles que con cierto cinismo se encuentran en todas las esquinas de Defensa: “No podrá ejercerse el comercio en la vía pública sin permiso. Ley 4121”.

 

Por Felicitas Sánchez | Para LA NACION

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