Desde Buenos Aires en el país, [para una historia cultural de las imaginaciones territoriales)

 

Mapas de identidad- La imaginación territorial en el ensayo de interpretación nacional: de Ezequiel Martínez Estrada a Bernardo Canal Feijóo

 

Desde hace algún tiempo, la Argentina tiende la Pampa a los extranjeros, como tendemos la palma de la mano a los quirománticos célebres. (Victoria Ocampo, “Quiromancias de la Pampa”, 1929)

 

¿Cómo pensar una ciudad? ¿Cómo pensar Buenos Aires? Muchos de estos textos fueron escritos en los ’90, cuando el proyecto de modernización conservadora introdujo nuevos actores que, como los cartoneros o los shoppings, trascendieron aquella coyuntura.

 

Desde hace algún tiempo, la Argentina tiende la Pampa a los extranjeros, como tendemos la palma de la mano a los quirománticos célebres. (Victoria Ocampo, “Quiromancias de la Pampa”, 1929)

 

¿Cómo interpretaba el ensayo de interpretación? ¿Qué procedimientos empleaba para producir lo que se reconoce como una de sus principales marcas de agua, sus imágenes sintéticas de la realidad? Hoy no cabe duda de que la relación entre aquellas imágenes y la realidad que se proponía desentrañar no fue meramente derivativa: agotado ya hace tiempo el ciclo clásico del ensayo, agotadas muchas de sus canteras ideológicas y formales y, por ende, desvanecido en su sentido polémico, es fácil coincidir en el carácter demiúrgico de algunas de sus más poderosas imágenes, en su capacidad constituyente de fragmentos completos de realidad. Paradójicamente, si se quiere, este reconocimiento inviste al ensayo de una nueva vida, ya que permite ver que algunas de las imágenes que produjo, convertidas en condición de posibilidad de la realidad que interrogaban, pudieron sobrevivir-lo. De allí la fuerza del ensayo en sus mejores manifestaciones y de allí el interés creciente por interrogarlo, más que como clave de interpretación, como fuente compleja de representaciones.

 

En esta dirección me propongo analizar un aspecto circunscripto del universo figurativo del ensayo de interpretación en la Argentina: su imaginación territorial. Propongo, para ello, seguir el recorrido de esa imaginación entre la obra de Ezequiel Martínez Estrada (1895-1964) y la de Bernardo Canal Feijóo (1897-1982), dos ensayistas muy diferentes por muchas razones, tanto en la propia obra y en la proyección que ella obtuvo como en sus perfiles intelectuales. Ambos han quedado asociados en la historia cultural argentina a través de la demoledora y multicitada reseña que Canal Feijóo publicó sobre Radiografía de la pampa en 1937 en la revista Sur, revista con la que ambos mantuvieron relaciones estrechas. Así que puede sorprender que se los asocie en una voluntad interpretativa común; de hecho, no es tanto la voluntad interpretativa lo que los reúne, sino una similar necesidad de encarnar sus figuraciones de identidad en metáforas territoriales. Podríamos decir que en la economía de producción de sentido de ambos ensayistas la definición de sentidos sociales y culturales del territorio —digamos, la imaginación socioespacial— ocupó un lugar tan importante como para que podamos hacer ahora el ejercicio retrospectivo de componer en mapas sus diferentes hipótesis sobre el país: recorrer sus ensayos como guías cartográficas de sus búsquedas de la identidad.

 

1. Quiromancias

 

En primer lugar, conviene precisar el tipo de imaginación socioespacial que ponen en juego estos autores, su especificidad frente a una muy larga tradición que explica al hombre y su cultura a partir de su condición geográfica. Esta última tradición es mucho más conocida: de allí surge la antropogeografía, uno de cuyos principales puntos de arranque se identifica en Montesquieu, en los capítulos de Del espíritu de las leyes que tratan sobre las relaciones de las leyes con la naturaleza del clima o del suelo, lo que pone en evidencia el error frecuente de reducir esta tradición a una concepción romántica, aunque el romanticismo construyó una de sus versiones más influyentes. Canguilhem va incluso más atrás y plantea que debería considerarse al tratado hipocrático Sobre el aire, las aguas y el lugar la primera obra que dio forma filosófica a esta concepción, cuya consolidación él ve desenvolverse a través del tratado político clásico, desde Maquiavelo, formando un hilván que finalmente, a comienzos del siglo XIX, se densificará en el tejido de disciplinas científicas específicas, como la geografía, de Ritter y Humboldt a Ratzel, de tanta influencia en la historiografía, ahora sí, romántica y en el pensamiento social positivista.

 

En el ensayo interpretativo del siglo XIX argentino —el Facundopor antonomasia—, todas estas líneas están ya muy entreveradas, no solo porque los autores participan del mismo clima de ideas, no solo porque conocen directamente mu-chas de esas fuentes y muchas de sus derivaciones más populares, sino también porque producen dentro de una ya densa “red textual” de interpretaciones sobre la Argentina realizadas en similares moldes, como las de los viajeros ingleses, tal cual probó recientemente de modo exhaustivo Adolfo Prieto.

 

De esa configuración cultural surge la larga tradición argentina que identifica en el territorio la clave de los males del país, que en la palabra “desierto” equipara ausencia de naturaleza y ausencia de pasado para designar el carácter definitorio de la extensión pampeana: ausencia de cultura, ausencia de huellas en las que anclar la nue-va civilización que se consideraba necesaria en un país moderno.

 

Así, todavía en la década de 1930 Martínez Estrada podrá afirmar que “el problema fundamental de nuestra vida son las distancias, las cantidades, los tamaños y la soledad”. Claro que del siglo XIX al XX ha cambiado el talante con que se realiza el diagnóstico y las conclusiones que se extraen de él, cambio que se despliega en un abanico de posiciones contrastantes cuyos extremos muestran Martínez Estrada y Canal Feijóo. Aquella ausencia que podía parecerle auspiciosa a la voluntad constructivista del siglo XIX, ya desde finales de siglo venía mostrando su cara sombría, tanto para quienes cuestionaron la conclusión optimista que se había ex-traído de ese diagnóstico, y entonces entonaron con él una nueva melodía con tonos de fatalismo racial o telúrico, como paraquienes cuestionaron de plano el propio diagnóstico y buscaron otra conceptualización para la herencia hispanoamericana, aun-que ya entrado el siglo XX debieron hacerse cargo de que el diagnóstico que combatían había tenido la capacidad, como una profecía autocumplida, de producir efectos muy palpables que, fuera lo que fuere aquella herencia, la habían transformado de modo  efectivo y radical.

 

Así que, en una gama bastante amplia de estilos, dogmas y estados de ánimo, que van de las intuiciones artísticas a las afirmaciones positivas, del determinismo geográfico a la reivindicación culturalista de la especificidad regional, es difícil no encontrar una fuerte matriz espacial en las explicaciones sobre la sociedad y la cultura argentinas que se suceden hasta bien avanzado el siglo XX. De hecho, es bien conocida la presencia de esa tradición interpretativa —incluida su tendencia a la determinación geográfica— en los ensayos que nos proponemos analizar, ya que se plantean explícitamente como una estación más de diálogo en el interior de su red textual. Sin embargo, estos ensayos generan al mismo tiempo una transformación importante en cuanto a sus instrumentos de lectura: la metaforización del mapa como cuerpo de la nación. Esto es sin duda lo novedoso: la necesidad de sintetizar el espacio geográfico e histórico en una forma, para producir esquemas sobre su sentido. La ensayística de los años treinta parece querer recortar la fisonomía geográfica del país como medida del alma de su pueblo. Y de aquí podría salir una de las acepciones para su definición de “identidad”: aquello que queda de “lo argentino” una vez que se somete la cultura al cartabón geográfico. Aunque ya lo geográfico no está comprendido en términos de paisaje, medio, o ambiente, como era habitual en aquella tradición antropogeográfica, o al menos no se agota en esos términos; ahora se produce una operación de interrogación sobre lo geográfico-nacional simbolizado en el mapa: la producción de figuras de identidad con la forma de las delineaciones cartográficas. Por eso inicia esta presentación la cita de “Quiromancias de la Pampa”: como se sabe, con ese artículo Victoria Ocampo esta-ba interviniendo en el debate sobre los textos de interpretación de la Argentina de José Ortega y Gasset, el conde de Keyserling y Waldo Frank, los célebres huéspedes de finales de la década de 1920. Más específicamente, su artículo es una defensa del primero de ellos, y muestra que las críticas que se le dirigían eran el producto de una reacción histérica, ya que la típica ansiedad del argentino por ser analizado no podía sino resolverse en un también típico disgusto con la respuesta que recibiera, cualquiera que fuese. “¿Qué piensa usted de la línea de la vida? ¿De la línea de la cabeza? ¿De la línea del destino?”, dice Ocampo que preguntan sin fin los argentinos a cada nuevo visitante; ante ese acoso, “el extranjero de fama trata de dar respuestas sentidas; pero el hecho es que, por lo general, sólo despierta protestas. Si es irónico, lo encuentran superficial; si es grave, infantil; si es sincero, insolente.”

 

Como se ve, lo que motiva la metáfora de Victoria Ocampo no es la necesidad de caracterizar a los ensayistas como quirománticos, sino a los argentinos como clientes insatisfechos con las propias lógicas del pacto interpretativo que sin embargo proponen. De todos modos, no podemos dejar de notar una aguda definición de la actividad ensayística, que si no aparece subrayada por la autora es simple-mente porque se encontraba inscripta en los aires culturales de la época.

 

En efecto, todos los comentaristas contemporáneos, funda-mentalmente a partir de la aparición de Radiografía de la pampa, texto que aun sin ser inaugural del género convocó sus principales caracterizaciones, reconocieron desde el vamos, junto con la influencia de los tres “extranjeros de fama”, una serie de claves en el ensayo que remiten a la figura del intérprete quiromántico: intuicionismo, simbolismo, análisis morfológico.

 

Uno de los autores que entonces se colocaba en primer plano entre las referencias era, por supuesto, Spengler, cuyo enorme impacto en la entreguerra es tan reiterado por la crítica en términos generales como poco conocido en su especificidad. Como ninguna otra figura de entonces, Spengler ha quedado inscripto sin residuo en aquellas claves, y con ambos, intérprete y claves de interpretación, se verifica un curioso fenómeno vinculado al carácter fulminante de su ascenso y caída en los prestigios públicos: durante el propio ciclo del ensayismo aparecen mencionados por los autores y los críticos locales como dato de filiación respetable, mientras que ya en la generación siguiente aparecerán como anatema.

 

De modo mucho más abarcador, sin embargo, el procedimiento “quiromántico” aplicado al territorio va a ser uno de los medios habituales del pensamiento filosófico o de la especulación teórica desde finales de siglo XIX. Caracteriza una gama de variantes de lo que hoy llamaríamos “análisis cultural” (y una gama de nombres que se han vuelto su contraseña, aunque sin la carga del desprestigio que aún acompaña los procedimientos de los que abrevaron), volcadas sobre todos los objetos “mudos” pasibles de desciframiento: el territorio, la ciudad, la arquitectura, el arte, los objetos insignificantes con que la técnica moderna había poblado de signos el paisaje urbano-industrial. “Las relaciones espaciales no sólo son condición determinante, sino también simbólicas de las relaciones entre los hombres”, escribía Georg Simmel, autor, como se sabe, de principal influencia en esta corriente del pensamiento.

 

La recuperación del Goethe morfólogo de la naturaleza fue una de las piezas fundamentales en la aparición de la imaginación quiromántica sobre la cultura mate-rial (la idea de una forma primigenia y fuente de sentido), y ése es el camino por el cual este tipo de imaginación se va a distanciar precisamente del pensamiento antropogeográfico que había dado sentido hasta entonces a las visiones deterministas de las relaciones entre hombre y medio. Incluso de Humboldt, que también podía encontrar inspiración en Goethe para su ambición de totalidad; pero la construcción de la geografía como disciplina científica va a necesitar apoyarse más en la descripción objetiva que en la interpretación intuitiva.

 

La imaginación quiromántica procede de la búsqueda, típica en la cultura alemana de entreguerra, por recuperar “claves antiguas” de interpretación de lo real: premodernas, pararracionales y antirrepresentativas (en el mismo sentido, por ejemplo, en que las vanguardias estéticas se oponen a la representación codificada en perspectiva, la “forma simbólica” de una mentalidad cartesiana exangüe). Este nuevo simbolismo del espacio se expande desde entonces en cantidad de intérpretes y disciplinas, con una tal capacidad de irradia-ción que resulta bastante incomprensible la consolidación re-ciente de toda una línea de la teoría social que afirma lo contrario: es decir, que asegura que la cultura moderna en los siglos XIX y XX estuvo dominada por una obsesión con el tiempo, por un “historicismo desespacializante”, y que la re-colocación del espacio junto al tiempo y al ser social es el re-sultado reciente de un giro posmoderno. Aun si las metáforas geológicas de Spengler pasaron al olvido junto a su autor, y si su extendida influencia debe verse como un “mal de época”, conviene recordar la cantidad de propuestas interpreta-tivas que coinciden con aquella voluntad y su presencia en autores tan distintos y que no rehuyen una -por cierto que compleja— ambición de cientificidad; Lévi-Strauss, por ejemplo. En esa especie de manifiesto metodológico que son los primeros capítulos de Tristes trópicos, nos encontramos con una metáfora que resuena con muchas de las favoritas de Spengler o Martínez Estrada: mostrando su gusto juvenil por la geología como antecedente clave en su formación, Lévi-Strauss se demora proustianamente en el recuerdo del momento mágico en que, caminando por la montaña, lograba reconocer la línea de contacto entre dos capas geológicas diferentes, porque esa comunicación con el orden perdido del mundo se le presenta como la imagen misma del conocimiento, el modo “de recuperar un sentido fundamental, sin duda oscuro, pero del que todos los otros son transposición parcial o deformada”; cuando “el milagro” del reconocimiento se produce, “entonces, de repente, el espacio y el tiempo se confunden; la diversidad viviente del instante yuxtapone y perpetúa las edades. El pensamiento y la sensibilidad acceden a una dimensión nueva […] una inteligibilidad más densa, en cuyo seno los siglos y los lugares se responden y hablan lenguajes finalmente reconciliados”.

 

Sentido fundamental inteligibilidad más densa en pos de la reconciliación de los lenguajes: tal el equipaje hermenéutico que portaban los viajeros de finales de los años veinte, Keyserling, Frank y Ortega y Gasset, seguramente este último el de mayor influencia, por la acción más duradera de su Revista de Occidente, traductora, como se sabe, de los autores del vitalismo ale-mán, incluido un capítulo completo de La decadencia de Occidente en 1924. Intérpretes proclives hasta la parodia a la multiplicación de la analogía: en un universo de la semejanza (como aquel sobre el que operan el loco y el artista que, justamente por su cualidad antirrepresentativa y pararracional, celebró Foucault), todo es vehículo de conexiones significativas. En el caso de la Argentina, el centro de ese universo fascinante lo ocupó la radicalidad de la experiencia de la llanura. De modo tal que, llegados a este punto, es fácil entender por qué la zona de las preocupaciones espaciales del vitalismo se fortalece y concentra en el “caso” argentino: ante la experiencia de la llanura se impone el descubrimiento de que el hombre y la cultura local son telúricos. Y tal conclusión produce un empalme “natural” con el largo linaje de interpretaciones argentinas, a las que reorganiza de acuerdo con sus propias perspectivas, ofreciendo una compleja mediación entre tradiciones diferentes y el sentimiento, en muchos de los intelectuales locales, de que se hacía posible una armonía entre la densidad histórica del objeto (la pampa con sus sucesivas capas de interpretaciones) y los nuevos instrumentos para pulsar sus cuerdas más arcanas.

 

Lo cierto es que la mezcla de las diferentes tradiciones que proponen los viajeros produce en los años treinta tanto una readaptación del determinismo geográfico (en las usuales claves antropogeográficas que, por ejemplo, siguen presentes en la figura tan en boga entre los analistas locales del “espíritu de la tierra”), como la necesidad de poner sus temas de siempre, la pampa, la extensión, la soledad, en los nuevos moldes de la mirada quiromántica. Pocas voces escaparon aquí a la notoria fascinación de tal perspectiva analítica. Por ejemplo Borges, que en los años treinta comenzó a cultivar el desprecio por las “interpretaciones patéticas” de los “alemanes intensos” —una vez que él mismo ya había dado por superado su propio patetismo de la década anterior, el criollista—, señalando especialmente la artificiosidad de las lecturas sobre “su” llanura: lo que “los hombres de letras llaman la Pampa”. O Ramón Doll, esa mente brillante cuya radicalidad contra las convenciones del mundillo cultural y político lo arrinconó finalmente en un fascismo bastante convencional: en un ácido comentario al libro de Waldo Frank, Doll responsabilizaba a Don Segundo Sombra por la proli-eración de las “divagaciones trascendentales y metafísicas so-re la pampa”, e ironizaba tanto sobre los “horteras litera-ios” que entonces fueron a San Antonio de Areco y volvieron “con el alma llena de horizontes”, como sobre la ingenuidad ridícula que, como miembros del Pickwick Club, mostraban los viajeros extranjeros al extrapolar de los datos más bana-les las claves más abarcativas y profundas: “¿Los guardas de tranvía del Rosario usan gorras con visera verde? —anotaría Mr. Pickwick, si nos visitara. Es la pampa que llega hasta el suburbio del Rosario y deja un comentario en la visera verde de los guardas.”

 

Un especialista en temas urbanos

 

Se recibió de arquitecto en 1982 y logró su doctorado en Historia en 1997. Es especialista en temas urbanos. Adrián Gorelik nació en Mercedes en 1957. En 2002 recibió una beca de parte del Centro de Estudios Latinoamericanos de la University of Cambridge y un año después obtuvo una Beca Guggenheim para su proyecto The cycle of invention and critique of the Latin American City (El ciclo de la invención y crítica de la Ciudad Latinoamericana). Es profesor e investigador para el Programa de Historia Intelectual, de la Universidad Nacional de Quilmes.

 

El grupo editorial Siglo XXI acaba de reeditar su trabajo sobre la ciudad: Miradas sobre Buenos Aires, historia cultural y crítica urbana. En la presentación aclara: ” No hay ciudad sin sus representaciones. Estas, además de traducir el texto urbano en conocimiento social, inciden en su transformación física: relatos de viajeros, fotografías, literatura de vanguardia, la prosa de la historia social y la sociología urbana, pintura, poesía, cine y, por supuesto, la materialidad de la ciudad como argumento de interpretación, los sitios, los edificios, los planes y los planos. Es así como todo episodio de la historia cultural urbana condensa las tensiones teóricas, la dinámica social y el choque ideológico que, en el marco de una perspectiva temporal de larga duración, se vuelven inteligibles.”

 

Por: Tiempo Argentino

52fd51f152483_538x406