La dermatitis atópica, que afecta a 1 de cada 5 niños (el 80-90 % de los casos se manifiesta antes de los 5 años) y aproximadamente al 3% de los adultos, se caracteriza por una alteración en la barrera cutánea de la piel que, al no cumplir con su función de barrera protectora, permite fácilmente la entrada de alérgenos, provocando una reacción inflamatoria que puede tomar diversas formas visibles: piel muy seca, picazón, inflamación con enrojecimiento, lesiones como “burbujas de agua”, costras y descamación. La consecuencia de estas reacciones, asimismo, puede desembocar en impactos psicológicos tales como:
Depresión: Puede darse lo que se denomina Depresión Enmascarada, donde las manifestaciones propias de la depresión se ocultan por síntomas físicos, y a veces por somatizaciones. Es así como puede presentarse en pacientes con enfermedades crónicas de la piel, manifestando su angustia por la queja o enojo con los brotes, la picazón, el dolor de la piel, las erupciones que no cesan, el tratamiento que no funciona, y se suman otras dolencias, del tipo gástricos, cefaleas, dolores musculares o articulares, vómitos, mareos, etc[1].
Estrés: Quienes padecen de esta enfermedad crónica de la piel, la mayoría del tiempo vive un estado de tensión y alerta constante ocasionado por la dificultad en el descanso, la picazón constante y rascados frecuentes, burlas, hostigamientos, dificultad para acceder a los tratamientos, o tratamientos que no responden positivamente, y los brotes perduran en el tiempo. Como resultado todo esto puede generar: perdida laboral, escolar, o de actividades de la vida diaria, por mencionar solo algunos ejemplos[2].
Ansiedad: Los pacientes transitan constantemente periodos de brotes y de remisiones. Cuando se encuentran en una etapa de remisión, están pensando en cuando sucederá el próximo brote. Allí se encuentra presente la ansiedad. Suelen sentir que no pueden compartir una salida con sus pares, usar determinada vestimenta, reciben burlas o rechazo, no pueden dormir, sienten picores constantes, no pueden sostener algunas actividades o tienen que faltar al trabajo por fuertes brotes, etc. Estas situaciones van deteriorando la calidad de vida de las personas[3].
La dermatitis atópica afecta la piel, la psiquis y las emociones. La alteración psicológica es a la vez causa y consecuencia de la enfermedad, haciendo difícil separar uno y otro aspecto.
Existen varios factores desencadenantes para esta patología que pueden ser aspectos aparentemente inofensivos de la vida diaria y, aunque muchos puedan ser controlados por los pacientes, muchos otros están fuera de su control: factores inmunológicos, factores genéticos y factores ambientales.