“Soy tu seguidora” se presenta los sábados a las 21 en el teatro El Estepario de Medrano 484 (Almagro). Daniela Regert aporta la dramaturgia para retratar a la protagonista Francesca Giordano, que se ve reflejada en el espejo distorsionado de la internet.
A continuación, la reseña de la obra escrita por Leonardo Fabián Sai
¿Pueden las tablas pensar los delirios de las pantallas? ¿Podemos subir a escena el narcisismo de las redes y someterlo a la más ácida crítica mientras nos identificamos y reímos con amigos? Desde luego, Soy tu seguidora es prueba de ello.
¿De qué se trata esta obra que va los sábados a las 21hs, por Teatro El Estepario, Medrano 484, Almagro?
Una mujer se enamora, se obsesiona, vive para un otro construido por las redes, al que ama y odia por no permitirle ser parte de su vida real. Lo documenta todo. Lo archiva todo. Una desesperada. Intenta narrarse en un diario íntimo. Pero éste también se le diluye en las redes, no puede escribir sobre eso inenarrable, infinito, que se actualiza sin nosotros, sin nuestro cuerpo, el que no cesamos de perder como imagen.
Si las redes sociales entronan a la comunicación redundante anulando la subjetividad como “click”, “algoritmo”, “información”, el texto Daniela Regert, y la excelente interpretación de Francesca Giordano, se vengan de su parloteo rizomático para volver anclar -ya no la imagen- sino el rostro, el propio rostro, en una vida, unas obsesiones, esas pasiones que desbordan al teclado y nos imponen el ejercicio de una autoconsciencia satírica.
Esta obra puede ser leída desde la psicología del personaje en el contexto de eso que Beatriz Sarlo llamó, recientemente, La intimidad pública. La escandalosa indiferenciación de la esfera pública y la esfera privada. Preguntarnos sobre el amor en la era de la “modernidad líquida”, cuestionarnos qué es “querer”, “idealizar”, o “amar” en los tiempos de las redes sociales; lo efímero, lo instantáneo, lo descartable. Más allá de los estados emocionales —entre los cuales nos pasea velozmente Francesca— esta pieza puede leerse como revancha del teatro frente a la comunicación infinita.
Las redes banalizan lo más preciado del actor, del escritor: las palabras. Promueven un uso específico, no pocas veces cloacal, de la lengua. Una forma totalmente despreciable de la lectura: la lectura amnésica, el lector picadillo, la lectora provisoria. Un modo de leer tan precario como rápido. Una atención deteriorada. De la página del Partido Obrero, el video de la represión a los trabajadores de PepsiCo, a los gatitos, a la foto de la fiesta de los amigos que no nos invitaron, a la mirada, a la figura, que nos domina. Las redes sociales producen un mundo sencillo, binario, lleno de oposiciones empobrecedoras.
¿Cómo lograr que una narrativa, tan banal como la de la chica “locamente” enamorada, se vuelva síntoma de una sociedad basada en la información y el control? Daniela Regert nos regala esta hermosa stalker en la cual reconocemos no tanto una locura singular sino nuestra cotidiana normalidad.
¿Para quién se escribe en las redes?. Detrás de los sarcasmos del guion podemos encontrar ésa profunda inquietud sociológica: ¿quiénes somos en las redes? ¿Comunica el hombre o éste es apenas un apéndice de la comunicación que a sí misma se (re) produce? Nuestra subjetividad no encuentra allí al otro que nos reconozca si no “estadísticas”, “likes”, “datos”. Es Fernando organizado como imagen por las pulsiones de los dedos y el registro de una pantalla… y perdido siempre como rostro para el deseo imaginario de fusión y completitud.
Quizás, las redes se hayan vuelto ya lo suficientemente insoportables para no poder vivir sin ellas sino a través del arte, de la literatura, del teatro; hay otros mundos —dentro de la inmensa comunicación— en los cuales podemos auto-observarnos y quitarnos las máscaras mientras agradecemos permanecer desnudos ante el retorno del artista… Aquél que nos fuga de la comunicación para volver a hacer posible la obra.
Entre bastidores y tablas, la subjetividad ya no es más otro dato. Ahora el actor retorna, vuelve, reclama ser el centro de la trama, suspender la viral comunicación, apagar los dispositivos. Inicio nuevo de la conversación humana, en esta ocasión a través de un monólogo, para reconstruir, comunitariamente, el espacio íntimo que cobija al discurso.