Conocé los mejores lugares para ir a comer en la Ciudad de Buenos Aires y tener que compartir los platos.

 

¿Quién dijo que cuando hay hambre no hay pan duro? Por lo menos en Buenos Aires, cuando el hambre es digna de Pantagruel, lo mejor es ir a comer a algún bodegón o fonda tradicional, de esos que cocinan para famélicos y cuyas porciones son bien abundantes.

 

Manolo: este clásico bodegón de San Telmo hace honor a la “cocina de la abundancia” con que se conoce a la gastronomía porteña. Las porciones son para compartir (mejor no intentar comer solo alguno de sus platos). Entre sus especialidades, se destacan el bife de chorizo relleno, la cazuela de mariscos y de postre el flan casero. Para los fanáticos de fútbol, las paredes están tapizadas de banderines, camisetas y bufandas de distintos clubes.

 

El Casal: el restaurante del Casal de Catalunya es uno de los últimos mesones que aún quedan en Buenos Aires, donde se puede comer cocina española en cantidades más que generosas. Para quienes saciar el hambre con rabas a la romana, langostinos grillados o el incomparable cochinillo al horno de cinco kilos, solo para audaces.

 

El Puentecito: si querés conocer un verdadero bodegón porteño, como si estuviera atrapado en el tiempo, no dejes de ir a comer a El Puentecito, en pleno barrio de Barracas, a la vera del Riachuelo. Este restaurante nació en 1873 y sigue manteniendo el clásico estilo de la auténtica cocina porteña, ubicada en las antípodas de la “nouvelle cuisine”, con porciones gigantescas. Conejo salteado al vino blanco, chivito a la calabresa, riñones a la lyonesa son algunos de sus platos más destacados.

 

Prosciutto: este tradicional restaurante de cocina italiana, ubicado en el barrio de Monserrat, también es conocido por el tamaño de sus platos, verdaderas proezas para cualquiera que intente comerlos sin ayuda. Vale la pena probar los morrones con aceite de oliva y ajo como entrada y, de plato principal, los tagliatelle con salsa Diablo (pomodoro, pepperoni, ajo y oliva). Para los que lleguen enteros al postre, no dejen de probar el tiramisú.

 

Gijón: este bodegón de cocina española y porteña de Monserrat es otro de los que hacen honor a la abundancia de la gastronomía del Río de la Plata. Aquí hay que compartir todo, porque las porciones parecen estar preparadas para que nadie las pueda terminar. Rabas, milanesas gigantes, tortilla a la española como las de antes, un restaurante no apto para amantes de la cocina light.

 

Rey del Vino: un bodegón que ha perdido un poco de su encanto de antaño pero que sigue apostando a la cocina de la abundancia. La carta es netamente porteña, con pastas y parrilla que se destacan (imperdible el Lomo Rey del Vino, con berenjenas, morrones, champignones y papas fritas), junto con la cazuela de mariscos o la suprema Maryland. Los audaces deberán probar las natillas o la isla flotante, tradicionales postres que se ofrecen en cada vez menos restaurantes.

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