La historia musical de nuestra ciudad se ha desarrollado entre bares y bares. La Perla de Once es un claro ejemplo, en ella han transitado personajes como Tanguito y Los Gatos.

 

Hay lugares que son mágicos. Especiales y únicos. Suele pasar en la ruta, después de una curva aparecen nuevos paisajes y cada uno de ellos es distinto según como se mire, desde un ángulo u otro. Eso también pasa en las casas de las ciudades.

 

Podemos estar frente a un destruido galpón o frente a la casa de la familia Chinchella, una carbonería donde vivió toda su infancia el pintor Quinquela Martín. Y son dos cosas distintas. El ojo dispuesto reconoce las virtudes escondidas en medio de los escombros. Los personajes ilustres tuvieron objetos ilustres (suelen verse en los museos) y, por ende, vivieron en casas que también son ilustres si sabemos verlas.

Borges alguna vez contó que esperaba ansiosamente la llegada de los sábados para poder asistir como oyente a las charlas de Macedonio Fernández. Dueño de un histrionismo sin igual, Macedonio cautivaba a su audiencia, basada en intelectuales, hombres solitarios y seres perdidos, con sus conversaciones acerca de filosofía y metafísica. Posteriormente, una veintena de personajes, entre ellos Borges, se dedicaba a debatir enfáticamente acerca de lo expuesto por Macedonio. Aquel lugar destilaba magia. Era, en realidad, la confitería de un tal Barredo, ubicada en pleno barrio de Balvanera. La ubicación casi exacta sería en Avenida Rivadavia al 2800, justo frente a la Plaza Miserere. Según me contó alguna vez Javier Martínez, el baterista del grupo Manal, por los 60 aquel bar solía estar abierto toda la noche. En sus mesas se instalaban viajantes o personas del interior que esperaban pacientemente toda la noche para poder abordar sus trenes a primera hora de la mañana. Funcionaba como una especie de hotel de puertas abiertas, donde por el valor de un café o una gaseosa la gente se instalaba durante horas. Pronto fue también el sitio obligado de estudiantes universitarios que a fuerza de café repasaban sus textos la última noche antes del examen.

La fauna se completó cuando, además de los grupos de estudiantes, comenzaron a instalarse los “náufragos”, término con el cual se caracterizaban los protagonistas de la movida beat que deambulaban de bar en bar durante todo el día sin rumbo fijo. Así es como empezaron a caer en el bar, en plena madrugada, todos aquellos que frecuentaban el boliche “La Cueva de Pasarotus” cuando ésta cerraba sus puertas. Era un momento de enorme crueldad: los mozos convencían amablemente a los asistentes de retirarse y estos empezaban a deambular por la ciudad en busca de un lugar cálido donde tomar la última cerveza de la noche. Es por esto que todos los náufragos solían caminar por la Avenida Pueyrredón bajando hacia Plaza Miserere, un punto estratégico desde donde tomar colectivos y trenes para regresar a sus casas al amanecer.

Las luces encendidas de la confitería “La Perla de Once” resultaban un oasis en medio del frío y la oscuridad de los locales cerrados de la avenida. Allí dentro se veían pequeños grupos mixtos de universitarios, algunas tímidas pasajeras de provincia con su bolso a mano y muchos hombres solos cabeceando de sueño con el café cortado y tibio. El bullicio de los músicos era festejado por los alicaídos mozos y pronto tomaron protagonismo personajes como Javier Martínez, Miguel Abuelo o Tanguito, que solían sacar su guitarra criolla de la funda para cantar algunas improvisadas canciones. Dice la leyenda (y varios de sus protagonistas) que en los baños de La Perla solían quedarse con la guitarra a tocar sin molestar a los clientes del lugar. Se quedaban horas en el baño y sólo interrumpían las canciones cuando algún eventual pasajero cerraba la puertita del bañito individual.

Hubo una noche en la cual Tanguito completó la canción que tenía iniciada. Era una especie de himno para los náufragos beat, hablaba de una imaginaria balsa para poder viajar por caminos de arte y libertad. Necesitaba mucha madera y cuando estuviera lista ya podría naufragar por el mundo en busca de nuevas experiencias. Litto Nebbia, talentoso compositor y cantante, aportó varios acordes y un estribillo musical. Aquel encuentro fortuito en el baño de La Perla dio como resultado la canción “La Balsa”. Está considerada la primera canción del rock argentino, aunque otros creen que fue “Rebelde” de Los Beatniks de Pajarito Zaguri y Moris. Lejos de alimentar una polémica absurda, y cualquiera fuera la resolución final, aquel lugar llamado La Perla fue el marco de muchísimos acontecimientos invalorables. Lo de Macedonio Fernández en los años 20 fue sólo el comienzo de cientos de historias tejidas en medio de esas mesitas.

Después de varios años de decadencia general, allá por 1994 La perla fue declarada un sitio de interés cultural. Finalmente, y hace un par de años, el músico Rodolfo García comenzó a programar conciertos dentro del ámbito de la confitería. La propuesta es increíble y todo es recomendable. Sólo como ejemplo, la programación de mayo tiene a Javier Martínez/Manal, también a Vox Dei, al guitarrista Kubero Díaz, a Carlos Mellino (de Alma y Vida) y el grupo del legendario bajista Rinaldo Rafanelli. Hoy por hoy es el único lugar donde podemos disfrutar de los que inventaron esta locura llamada rock argentino.

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