Conoció la música ciudadana de la mano de su esposo y dos de sus hijos músicos, para establecer así un vínculo intenso con la bohemia de aquella expresión musical aprehendida de sus grandes referentes.

 

La serena mirada azul de Esther, digna de ser motivo de la letra de algún tango, se posa sobre el piano que situado en el living de su departamento, opera como reliquia catalizadora de recuerdos intensos. El brillo de la madera lustrosa le refleja los primeros ejercicios sobre el teclado de su hija Karina, la figura inmortal de Astor Piazzolla en ensayos con su sexteto, y la presencia de tantos próceres del sentir ciudadano, acodados sobre el imponente instrumento en tenidas plenas de bohemia tanguera. Así, sin proponérselo, escucha el sonido de los recuerdos.

 

Esther Echenbaum Jonisz, uruguaya de pura cepa nacida un 18 de julio, ha sido junto a ese piano testigo privilegiada de un tramo significativo de la historia del tango, el género musical que empezó a transitar de la mano de Tito, su esposo desde hace 47 años.

 

“No soy música y envidio sanamente a los que lo son” advierte esta hija de inmigrantes polacos “candombera de la cabeza a los pies”, como gusta definirse para ratificar su condición de oriental aunque por ser madre de tres hijos argentinos, propone la categoría “rioplatense” para su carta de ciudadanía ideal.

 

El haber establecido vínculos profundos con el género, la llevó a empaparse de la mística de un sentir, al punto que accedió a la Diplomatura Superior en Tango y a incursionar como escritora en las biografías de grandes del rubro.

 

Fue cuando estudiaba la diplomatura que uno de sus profesores, Sergio Pujol, asoció el nombre con que la llamaban sus compañeros en el curso, Esthercita, con el tango ‘Milonguita’ que Samuel Linnig y Enrique Delfino concibieron en letra y música allá por 1920.

 

“El tango en su conjunto ocupa el primer lugar en la preferencia musical pero no sólo para la música y las letras en sí mismas, sino por haberme acercado a un mundo fantástico de músicos, poetas, bailarines, cantantes y artistas afines a ese género”, indicó Esther a HISTORIAS DE VIDA.

 

Tito, el gran “culpable”

 

Para Esther, el tango es “un sentimiento de apertura” que afianzó al seguir los pasos de su esposo, primero, y de dos de sus hijos dedicados a la música, Karina, musicoterapeuta, y Marcelo, bandoneonista radicado en Francia, después.

 

A Tito, que es argentino y tanguero hasta la médula, lo conoció un verano en Montevideo por medio de una amiga. Es que el hombre, modelado en tango, le echó el ojo a la pebeta más linda de la avenida 18 de Julio y en un dos por cuatro nació el amor. “Yo tenía 19 años, a los diez meses nos casamos y vinimos a Buenos Aires donde Tito me hizo conocer el tango por dentro”.

 

“Cuando repaso lo vivido me doy cuenta que guardo un tesoro en mi corazón que son los recuerdos compartidos gracias al tango con personalidades como Astor, Norberto Di Filippo, Virgilio Expósito, Osvaldo Pugliese, Horacio Salgán, los Suárez Paz, Oscar del Priore, Eladia Blázquez, Susana Rinaldi” y tantos otros de una lista interminable.

 

Mientras tanto, en el bastidor del piano del living de su casa, las firmas de Piazzolla, Horacio Malvicino, Héctor Console, Gerardo Gandini, Julio Pane y José Bragato rubrican el paso del sexteto liderado por el creador de Adiós Nonino en los ensayos previos a una gira por Estados Unidos. Y al contemplar ese piano, la Esther de esta historia se siente feliz por haberle dado toda el alma al tango aunque nunca se haya vestido de percal.

 

Diario Popular

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