Un estudio revela a los porteños ávidos de arte y cultura. Festivales y eventos masivos convocan multitudes y cada vez más público visita los museos. Los jóvenes y las mujeres son los más entusiastas. El sur sigue postergado.

 

Un tercio de los porteños dedica habitualmente su tiempo libre a realizar o presenciar actividades artísticas y culturales. Así se desprende de un reciente informe de la Dirección General de Estadística y Censos (DGEyC), que por primera vez relevó cuáles son los hábitos y prácticas culturales de los habitantes de la Ciudad. ¿Buenos Aires, además de Reina del Plata, “capital cultural de Latinoamérica”? ¿Por qué no capital del bife de chorizo o de la invención del colectivo, el dulce de leche y la birome? Porque además de esos tesoros, nuestra Ciu­dad tiene una vida cultural que se destaca. Sin ir más lejos, en una encuesta organizada por la revista internacional de turismo Condé Nast, en la que votaron 46 mil viajeros de todo el mundo, Bue­nos Aires se impuso como la mejor de las ciudades del continente justamente por su oferta cultural, superando a uzco, Medellín, San Pedro de Atacama y Santiago de Chile, las siguientes en la lista. Fue el rasgo más valorado por los vo­tantes, por encima de la gastronomía y los shoppings. Y los porte­ños viven intensamente la cultura de su ciudad. Basta con haber vivido las impactantes peregrina­ciones que recorren Buenos Aires durante la Noche de los Museos, saber lo que es tener que hacer­se espacio a codazos frente a una batea durante la Noche de las Dis­querías o haber montado guardia para comprar un ramillete de en­tradas para las películas del Bafici. Para Liliana Piñeiro –ex directora del Centro Cultural Recoleta, ac­tualmente al frente de la Casa del Bicentenario– “el porteño está ávido. Cuando se genera la ofer­ta adecuada, el público responde de una manera increíble”. Es más: puede resultar realmente voraz ante determinados estímulos.

 

De frente y de perfil

 

El estudio de la Dirección de Estadística y Censos revela que las mujeres son más consumidoras de cultura que los hombres (el 34% de las mujeres frente al 29,8 de los varones), y que el pico se da entre los jóvenes de entre 20 y 29 años, cuando se alcanza un 37,4 y 36,2 por ciento respectivamente.

 

La encuesta también revela que ese 30 por ciento de los vecinos asiste a conciertos y recitales, va al teatro y practica alguna actividad artística; que un cuarto recorre museos o galerías de arte y es cinéfilo, porque ve más de quince películas al año en la pantalla de su computadora o televisor –entre la juventud de 20 a 29 años los porcentajes se disparan al 41,4 y 36,1 por ciento de chicos y chicas–, y asiste un mínimo de tres veces al año a las salas de cine. Además, un cuarto de la población de la ciudad se reconoce como asistente habitual a lugares bailables. Los más danzarines, por supuesto, son los jóvenes: entre los 14 y los 29 años; los guarismos arrojan que mucho más de la mi­tad de ellos frecuentan las pistas.

 

El reparto de la cultura

 

Analizados de acuerdo con la zona de residencia y otros indica­dores sociales, se pone de mani­fiesto la fragmentación de la ciu­dad. El reparto es desigual. Por ejemplo, quienes habitualmen­te realizan o presencias activida­des artísticas son el 40 por ciento de los habitantes de la zona nor­te, pero desciende al 19 por cien­to en la zona sur. Los que viven de un lado de avenida Rivadavia duplican en materia de asistencia al teatro, a conciertos, a museos y ven el doble de películas que los que viven del otro lado. Hasta en materia de asistencia a lugares bailables la franja es bastante apreciable: 36,1 por ciento en la zona norte de la Ciudad; 20,7 por ciento en el sur.

 

Sin embargo, la brecha es más delgada en un punto en particu­lar: el 35 por ciento de los que viven en el norte declaran practicar alguna actividad artística y el 24,3 por ciento de los que viven en el sur. Evidentemente, las inquietudes se reparten más democráticamente que las oportunidades. Entre quienes viven en villas miseria, participar del circuito del arte y la cultura es excepcional, pues apenas el 5,3 por ciento dice asis­tir a espectáculos y exposiciones habitualmente, contra el 34,5 por ciento de quienes viven fuera de ellas. Con excepción de la lectura de los diarios o de ver películas en casa –sea por televisión o computadora– las diferencias son abrumadoras. A su vez, la oferta cul­tural se concentra en el centro y norte de la Ciudad. En el sur, se inauguraron en los últimos años La Usina del Arte, en La Boca, y la Ciudad del Rock, en Villa Soldati –aunque todavía no tiene programación regular–, pero aun así, todavía falta mucho para que se acorten las distancias.

 

La cultura, en cifras

 

La Dirección de Estadística y Censos también compila información referida a la cantidad de público que concurre a las activi­dades realizadas dentro del ámbi­to de la Ciudad, sobre la base de datos proporcionados por el Ministerio de Cultura de la Ciudad y organismos nacionales y otras instituciones. Los últimos datos procesados corresponden al 2012 y fueron difundidos a fines del año pasado.

 

En principio, uno creería que las cifras hablan por sí mismas, siendo como somos “apenas” tres millones de porteños. Veamos.

 

La Ciudad cuenta con ocho salas teatrales oficiales –incluyendo el San Martín y el Colón–, más unas veinticinco salas comerciales de mediana o gran envergadura y casi doscientas salas “independientes” –habilitadas en galpones o viviendas tipo PH adaptadas– que generalmente no superan el centenar de loca­lidades pero aportan diversidad y calidad. La vitalidad de la escena teatral de Buenos Aires puede medirse en cantidades de espectadores: al llamado “circuito oficial”, según los últimos datos dis­ponibles, asisten más de setecientos mil espectadores. Al circuito “comercial”, infor­man los empresarios teatrales nucleados en la Aadet, dos millones más. La escena independiente suma otros seiscientos mil espectadores. En total, son más de tres millones y medio de entradas vendidas.

 

Muchas veces la cultura y el arte penetran en los barrios a través de los centros culturales. Bajo esa denominación amplia, se ofrecen cursos y talleres -de oficios, de literatura, de idiomas, de dibujo, de flamenco, de lo que sea–, se proyectan películas y se ofrecen espectáculos.

 

De las propuestas de carácter formativo –talleres, cursos, clínicas– participan más de treinta mil personas por año. En cuanto al conjunto de actividades que realizan, la cifra asciende a más de ochocientos mil asistentes. Además, deben sumarse los grandes centros culturales de la Ciudad, como el Recoleta –un millón seiscientos mil asistentes en 2012– y el Centro Cultural San Martín –doscientos mil en el mismo pe­ríodo. Liliana Piñeiro recuerda es­pecialmente de su gestión el éxito de las muestras dedicadas a Tato Bores y Les Luthiers. “Buenos Aires es una ciudad muy dinámica por tradición y por identidad, y su oferta cultural, además de tener muy buen nivel en cantidad y calidad, es muy descontracturada. Además, claro, el Recoleta tiene la particularidad de que ya forma parte de la vida co­tidiana de la gente, es una alternativa como ir al cine o un paso obligado para la gente que va a pasear a Plaza Francia”. Actualmente, en la Casa del Bicentenario, la muestra dedicada a Leonardo Favio suma público día a día. “Yo intuía que iba a pegar, porque Favio es popular y, a la vez, de culto”. ¿No somos todos un poco así los porteños?

 

Uno de los segmentos más dinámicos de los últimos tiempos probablemente sea el de los museos. “Ir al museo” se está convirtiendo en una salida cada vez más habitual y familiar. Alas cifras nos remitimos: entre 1995 y 2012, el número de asistentes a los museos nacionales ubicados en la Ciudad pasó de cuatrocientos mil a dos millones doscientas mil personas. Los museos de­pendientes del Estado porteño suman otro medio millón de visitantes y hay que agregar algunos museos privados –como el Malba y la Fundación Proa– que supieron ganarse un lugar en las preferencias del público.

 

Hay hitos de masividad, como la muestra dedicada al maes­tro italiano Merisi de Caravaggio (1571-1610) en el Museo Nacional de Bellas Artes el año pasado, que convocó a más de ciento treinta mil personas o el caso de la primera exposición realizada en el país de la artista japonesa Yayoi Kusama, que visitaron más de doscientas mil en el Malba, tam­bién en 2013. Kusama era prácticamente desconocida para el gran público, al igual que el aus­traliano Ron Mueck, cuyas esculturas ya fueron visitadas por más de cien mil personas en Proa y sigue sumando. Victoria Giraudo –coordinadora de curaduría del Malba– dice que cuando programaron la exposición de Kusama “imaginamos que vendría mucha gente, pero no tanta”. Hasta ahora, ésa fue la muestra más exitosa del museo, superando a las también exitosas exhibiciones dedicadas a Andy Warhol y Marta Minujín. “Creo que ayudaron mucho las redes sociales, especialmente porque en la muestra de Yayoi estaba permitido tomar fotogra­fías. Eso amplió muchísimo la difusión”, señala. “Poco a poco se va formando el hábito en el público de ir al museo; además, se va convirtiendo en una salida fa­miliar. Vos fijate que hay cada vez más actividades para chicos en los museos”.

 

Los grandes eventos organizados por el gobierno de la Ciudad convocan masivamente. Ver, por ejemplo, el cuarto de millón de visitantes al festival Ciudad Emergente o el medio millón que participó del Mundial de Tango. Un dato notable: en el centenar de salas de cine que hay repartidas en la Ciudad, se cortan un promedio de 11 millones de tickets al año, una cifra que se mantiene constante desde hace una década y media. Sin embargo, al Festival Internacional de Cine Independiente (el Bafici) pasó de 150 mil a 350 mil espectadores en diez años. Además de muchos, cada vez más sofisticados.

 

Las cifras dejan planteados varios interrogantes, sobre el desigual acceso a la cultura de los habitantes de la Ciudad y también sobre la calidad de la oferta y la producción culturales que se desarrolla en Buenos Aires.

 

Pero los números desnudos, de todos modos, nos ayudan a saber dónde estamos parados.

 

 

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